Para comenzar a hablar de Derecho Ambiental, me remitiré a civilizaciones antiguas, como la romana, situándonos entre los años 450 a.C. y 565 d.C., cuando existían conceptos respecto al ambiente y a la conducta de la comunidad en sí.
El aire, el agua, la tierra, la flora y la fauna en general eran considerados como res comuni, es decir, bienes comunes que pertenecían a todas las personas. También existían las llamadas “relaciones de vecindad”, entre las que podemos mencionar el respeto que tenían las personas por los ciudadanos de una vecindad propiamente dicha, en cuanto a la emisión de humos, de ruidos perturbadores, entre otros; situaciones que actualmente se encuentran reguladas por el Derecho de la mayoría de los países.
Por supuesto, estamos hablando de momentos históricos en los que el hombre ocupaba un rol fundamental en la conquista de tierras, atravesando mares, recorriendo el mundo, generando guerras, propagando nuevas religiones y su fe, construyendo otros pueblos; en definitiva, nuevas civilizaciones. Pero poco conocemos de lo proveniente de la historia misma, el rol que han desempeñado nuestras congéneres. Aquellas mujeres que eran sostén de familia mientras los hombres recorrían el mundo, conquistando nuevas tierras, muriendo en guerras…
“La mujer y, particularmente la mujer indígena, tiene conocimientos especiales de los vínculos ecológicos y de la ordenación de los ecosistemas frágiles. En muchas comunidades, la mujer es la principal fuerza de trabajo para la producción de subsistencia, por ejemplo, la recolección de mariscos; así pues, su función es fundamental para el abastecimiento de alimentos y la nutrición, la mejora de las actividades de subsistencia y del sector no estructurado y la protección del medio ambiente. En algunas regiones, la mujer suele ser el miembro más estable de la comunidad, ya que el hombre a menudo trabaja en lugares lejanos y deja a la mujer para que proteja el medio ambiente y vele por la distribución adecuada de los recursos dentro del hogar y de la comunidad.”
Ya entre los años 1845 y 1960, con el desarrollo de la industrialización en los países europeos y, posteriormente, en América, comienza a emerger la conciencia ecológica en algunos sectores de la sociedad frente al impacto que habían causado las actividades humanas en el medio ambiente. En función de desastres ecológicos que se han producido a nivel mundial y en base a la preocupación no solo del presente de la sociedad sino de las futuras, es que a medida que fueron pasando los años, los países han manifestado su interés al respecto y por lo tanto, celebrado diferentes convenciones, conferencias que a título enunciativo les detallo a continuación: Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano o Conferencia de Estocolmo (1972); Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (1979); Comisión mundial del medio ambiente y del desarrollo (1987); Cumbre de la tierra de Río de Janeiro o Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente y desarrollo (1992); Declaración y Plataforma de Acción de Beijing (1995); Protocolo de Kioto (1997); Cumbre mundial sobre el desarrollo sustentable de Johannesburgo (2002); durante el año 2015, los Gobiernos se unieron detrás de una agenda ambiciosa que contiene 17 nuevos objetivos para el desarrollo sostenible (los ODS) y 169 metas que buscan erradicar la pobreza, combatir las desigualdades y promover la prosperidad, al tiempo que protegen el medio ambiente de aquí a 2030, con la intención de que dejen de ser compromisos internacionales asumidos a crear un Programa de Acción; mientras que en septiembre de 2019 se celebró la Cumbre de los ODS, los Jefes de Estado y de Gobierno se reunieron en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para realizar un seguimiento y examinar exhaustivamente los avances en la implementación de la agenda 2030.
En esta correlación de hechos históricos, comenzamos a hablar del rol de la mujer en el año 1972, con la Conferencia de Estocolmo, de la que podríamos decir que fue la primera manifestación mundial donde se trataron temas como la contaminación y la degradación ambiental global. De ella surgieron varios principios que, como describí líneas arriba, son considerados compromisos a asumir por las comunidades de cada país, y quiero destacar uno de ellos, que dice textualmente: “El hombre tiene un derecho fundamental a la libertad, igualdad y a las condiciones de vida satisfactorias en un ambiente cuya calidad de vida le permita vivir con dignidad y bienestar y tiene el deber solemne de proteger y mejorar el medio ambiente de las generaciones presentes y futuras”.
¿Y por qué razón reparo en esta frase?
“Porque hace 42 años atrás no se proyectaba un cambio en el lenguaje como el que tenemos en la actualidad, ni se hacía mención y destaque a las mujeres que siempre han participado de forma activa en las revoluciones sociales pero que han permanecido ocultas en la historia. Es decir, mujeres protagonistas, referentes, transgresoras y decididas a generar cambio han existido siempre.”
Gracias a ellas estamos hoy aquí presentes, gracias a ellas tenemos voz y voto, gracias a las que supieron amalgamar entre el rol de madre, de hija, de esposa con una participación fuerte y activa en la sociedad. Para las que no existían los dolores de cabeza, los dolores corporales, para las que han luchado por hacer conocer su nombre, para las que han estudiado y han sido las primeras en posicionarse frente a un mundo que todos sabemos, y que hoy se denomina patriarcal.
Pareciera que decir en voz alta palabras “patriarcado” y “empoderamiento” genera controversia, enfrentamiento. Pero, como bien sabemos, hablamos de evolución. Hablamos de la aceptación del hombre frente a la mujer que interviene activamente en la sociedad; sea cual fuere su función. Hablamos de igualdad de género. No es solamente un derecho humano básico, sino que su logro tiene muchísimas consecuencias socioeconómicas. El empoderamiento de las mujeres impulsa economías prósperas y estimula la productividad y el crecimiento. Aun así, las desigualdades de género siguen estando fuertemente arraigadas en la sociedad. Las mujeres encuentran obstáculos para conseguir trabajos dignos y enfrentan discriminación laboral y brechas salariales de género. A menudo, no pueden acceder a la educación básica y a la atención médica. Las mujeres sufren violencia y discriminación en todas partes del mundo. Están subrepresentadas en los procesos de toma de decisiones políticas y económicas.
Aún así, no hemos bajado los brazos… Por demasiado tiempo, las mujeres han sido forzadas a permanecer al margen de cuestiones sobre liderazgo político, seguridad en las zonas de conflicto, protección ante la violencia o acceso a los servicios públicos. Actualmente existe un cambio de paradigma. Cada uno de los países ha regulado en materia respecto a ello.
Mediante la gestión y el uso de los recursos naturales, la mujer sostiene a su familia y a la comunidad. Como consumidora, cuidadora de su familia y educadora, su función es fundamental para la promoción del desarrollo sostenible, como lo es su preocupación por la calidad y el carácter sostenible de la vida para las generaciones futuras.
El título que le he asignado al presente, “La mujer y el medio ambiente”, conforma como temática una de las doce esferas de preocupación identificadas en la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, adoptada por los líderes mundiales en el marco de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer que tuvo lugar en 1995, la que logró una asistencia sin precedentes: 17.000 participantes y 30.000 activistas llegaron a la ciudad para participar de la inauguración. Resultó ser el plan más progresista que jamás había existido para promover los derechos de la mujer. La Plataforma señalaba tres objetivos estratégicos que exigían la actuación de los gobiernos en relación al medio ambiente. Dichos objetivos incluían la participación de las mujeres en todos los niveles de adopción de decisiones sobre el medio ambiente, la integración de sus preocupaciones y perspectivas políticas y programas y el establecimiento de métodos de evaluación de la repercusión de las políticas de desarrollo y ambientales en las mujeres.
Más de 20 años después, las mujeres están realizando grandes progresos y los gobiernos recurren cada vez más a su experiencia y liderazgo cuando deben adoptar decisiones importantes relativas al medio ambiente. Si bien no siempre se les reconoce, las mujeres desempeñan un papel esencial en garantizar la protección de ecosistemas frágiles, la capacidad de las familias para sobrevivir a los desastres naturales y la gestión justa, eficiente y sostenible de los recursos naturales.
Todavía queda mucho por hacer para apoyar el rol de la mujer en la toma de decisiones y la garantía de un futuro mejor para todos/as. Con esta finalidad, desde las Naciones Unidas y numerosos gobiernos del mundo, se promueven acciones para situar a las mujeres en la vanguardia del desarrollo sostenible y en los esfuerzos de la lucha contra los efectos del cambio climático y la necesaria adaptación a ellos.
En cuanto a la “Igualdad de género y empoderamiento de las mujeres y las niñas”, en julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas creó “ONU Mujeres”, la entidad para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer. Como defensora mundial de mujeres y niñas, ONU Mujeres fue establecida para acelerar el progreso que conllevará a mejorar las condiciones de vida de las mujeres y para responder a las necesidades que enfrentan en el mundo, apoyando a los Estados Miembros de las Naciones Unidas en la creación de leyes, políticas, programas y servicios necesarios para garantizar que se implementen los estándares con eficacia y que redunden en verdadero beneficio de las mujeres y las niñas en todo el mundo. Trabaja mundialmente para que los Objetivos de Desarrollo Sostenible sean una realidad para las mujeres y las niñas, y promueve la participación de las mujeres en igualdad de condiciones en todos los ámbitos de la vida.
La entidad se centra en cinco áreas prioritarias: 1) Aumentar el liderazgo y la participación de las mujeres; 2) Poner fin a la violencia contra las mujeres; 3) Implicar a las mujeres en todos los aspectos de los procesos de paz y seguridad; 4) Mejorar el empoderamiento económico de las mujeres; 5) Hacer de la igualdad de género un aspecto central en la planificación y la elaboración de presupuestos nacionales para el desarrollo.
Por otro lado, en cuanto a “Las mujeres y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”, definimos que la igualdad de género es un derecho. La realización de este derecho es la mejor oportunidad que existe para afrontar algunos de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo, desde la crisis económica y la falta de atención sanitaria hasta el cambio climático, la violencia contra las mujeres y la escalada de los conflictos. Las mujeres no solo se ven más seriamente afectadas por estos problemas, sino que tienen ideas y la capacidad de liderazgo para resolverlos. La discriminación de género, que sigue obstaculizando a las mujeres, es también un obstáculo para nuestro mundo. Por ello, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aprobados por los dirigentes mundiales en 2015, propone una hoja de ruta para lograr progreso sostenible que no deje a nadie atrás, por lo que: “El desarrollo sostenible no será posible sin igualdad de género”. Lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres forma parte integral de cada uno de los 17 ODS. Garantizar el respeto de los derechos de las mujeres y niñas por medio de todos estos objetivos es la única vía para obtener justicia, lograr la inclusión, conseguir economías que beneficien a todas las personas y cuidar nuestro medio ambiente, ahora y en las generaciones venideras. De hecho. se estableció un Grupo Experto Interinstitucional (en el que ONU Mujeres contribuye como entidad observadora) sobre los indicadores de los ODS que tiene la misión de elaborar los indicadores para supervisar el progreso mundial alcanzado sobre estos nuevos objetivos.
Por último y no menos importante, es dable destacar que nuestro país, como miembro de las Naciones Unidas, se ha propuesto la reducción de desigualdades y la inclusión de la mujer, con un rol más activo, otorgándole diferentes tipos de protecciones y una mayor participación en la sociedad, a través de políticas públicas y de diferentes leyes, como la Ley de Protección Integral a la Mujer, la Ley de Identidad de Género, la Ley de Paridad de Género, entre otras; entiendo por quien suscribe que el desafío más grande para las futuras sociedades no es lograr una inclusión en definitiva impuesta por el ordenamiento, sino que surja de forma espontánea para los pueblos, remitiéndose a la idoneidad de las personas, sin discriminar por su sexo o condición, cumpliendo con un derecho constitucional como el de la igualdad.
Docente de Grupo Professional. Responsable de Relaciones Institucionales de Ediciones D&D